Me pregunté con asombro: ¿Por qué una persona decide revelarle a medio mundo que está infectada con un virus que todos temen y ocultan?
Mi padre dijo: “Así que nadie debería ocultarlo”.
Mi experiencia con el SIDA me enseñó mucho sobre los prejuicios, pero también sobre el coraje y el activismo.Además de despertar mi interés por el campo de la salud pública que me acompañará durante toda mi vida.
Me di cuenta de que hay innumerables formas de luchar contra los prejuicios y defender los derechos.. Esto podría ser en silencio, sosteniendo la mano de una niña mientras la mira suavemente a los ojos, o mirando al mundo, permitiéndole escuchar su voz.
Todos son importantes y todos requieren valentía.
Si el SIDA no es la terrible enfermedad que es hoy, se lo debemos a las personas que, de todas las formas posibles, afrontaron con dignidad el estigma que se les impuso.
Lucharon para que los países invirtieran en investigación y para que la ciencia desarrollara medicamentos, para que Brasil la hiciera accesible a todos, para que los prejuicios fueran inaceptables y para que la sociedad hablara abiertamente sobre educación sexual.
Gracias a las acciones organizadas por los grupos con mayor riesgo de infección por el virus al comienzo de la epidemia, muchos países han adoptado políticas de prevención y tratamiento del VIH. En Brasil, en 1996, el Ministerio de Salud comenzó a distribuir medicamentos contra el VIH/SIDA de forma gratuita y global, en uno de los programas más completos y eficientes del mundo.
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