El mercado bancario español ha visto una opa hostil como la que ofreció el BBVA la semana pasada por el control del Banco Sabadell en 40 años. La medida generó un enorme revuelo en los sectores sociales, económicos y políticos del país, cuya manifestación más apreciable fue la clara e implacable oposición del gobierno. Muchos de sus miembros, encabezados por el ministro de Economía, Carlos Cuerbo, recordaron que la última palabra la tiene el ejecutivo y prometieron hacer «todo lo posible» para evitar esta fusión por absorción, que Sabadell rechaza rotundamente. ¿Pero puede el gobierno hacer eso? ¿Tiene herramientas legales para evitar esto?
La respuesta es sí’. Aunque la Constitución Española, en su artículo 38, reconoce la libertad de comercio en un sistema de economía de mercado, la administración pública ha previsto los medios para intervenir en las actividades comerciales cuando las circunstancias lo exigen. El Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea (UE) reconoce en varios de sus artículos el derecho de los estados miembros a tomar las medidas necesarias para proteger sus intereses esenciales. La intervención del gobierno en la economía es siempre un tema de debate, independientemente de la orientación ideológica del gobierno de turno, existe un cierto consenso de que la intervención pública en asuntos como la seguridad, el orden público, la seguridad y la salud es aceptable. El principio es que cuando el mercado falla, el gobierno debe intervenir.
Sin embargo, los empresarios recuerdan sus reglas básicas. «Las empresas son libres de operar, participar y hacer ofertas», dijo a Expresso un alto responsable de la estatal Organizaciones Empresariales Españolas (CEOE), advirtiendo de los riesgos de una «intervención bananera». El Círculo Empresarial publicó hace unos días una encuesta en la que cerca del 80% de los empresarios españoles considera que la intervención gubernamental es perjudicial para la competitividad.
En el caso de BBVA-Sabadell, el Gobierno aplicará con toda probabilidad la Ley de Regulación, Supervisión y Resolución de Deuda de Entidades de Crédito, que establece que «la fusión, escisión o autorización universal o parcial del Ministro de Economía corresponde al asignación de activos y pasivos a las actividades en las que interviene un banco». Esta norma establece qué organismos deben ser notificados, como el Banco de España, la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) o la Comisión Nacional del Mercado y la Competencia (CNMC). También está obligado a dar su opinión el Banco Central Europeo (BCE), que en general está a favor de las grandes concentraciones bancarias.
Otros modelos de control ya tienen una larga trayectoria en el país y son utilizados por gobiernos de todos los colores. La SEPI (Sociedade Estatal de Participações Industriais), sucesora del Instituto Nacional Franquista de Industria (INI), ha desempeñado un papel muy activo en las recientes actividades de contratación en empresas estratégicas. En Telefónica, donde la saudita STC compró el 9,9% de las acciones y derechos de la multinacional española, el gobierno de Pedro Sánchez (Partido Socialista Obrero Español, PSOE, centroizquierda) encargó a la SEPI comprar el 10% de Telefónica (ya más del 7%) e instalar una persona de confianza en la junta directiva.
La empresa emiratí Taqa hace lo mismo ante su interés en adquirir una participación del 40% en la importante gasista española Naturgy, esta vez de forma amistosa y respaldada por Criteria Caixa. Está presidido por Isidre Fainé. También protegería al Ferrocarril Talco del acoso de la Federación Turca. Ganz-Mavag se ha comprometido a comprar el 100% de la empresa española. La SEPI controla el 100% o tiene participaciones vinculadas en 25 empresas de todo tipo, desde Agencia EFE y Radio Televisión Española (RTVE) hasta Navantia (astilleros), Corrios, Hunoza (minería) o Indra (nuevas tecnologías y sistemas de control y defensa aérea).
Cuando estalló la crisis de 2008, España tenía una accidente Ha reestructurado todo el sector desde 2012, cuando el Gobierno del conservador Mariano Rajoy diseñó una herramienta llamada Fondo de Reestructuración Bancaria Reguladora (FROB), que intervino en las finanzas públicas para evitar la quiebra de muchas entidades financieras. Entre otras cosas, al FROB le correspondió la reordenación del sector de las cajas de ahorros, prácticamente desaparecido, o la integración con el dinero público de Bankia, entonces en riesgo de quiebra, mediante la fermentación inicial desde CaixaBank. Según las estadísticas del Banco de España, el coste de esta depuración para las arcas del Estado fue de 77.000 millones de euros, de los que el Gobierno sólo recuperó 20.000 millones.
Otro ejemplo es la Sareb (Sociedad de Gestión de Activos Procedentes de Reestructuraciones Bancarias), que nació durante el estallido de la burbuja inmobiliaria para liberar a los bancos de los activos tóxicos de este mercado. Sareb, que es una mal banco, Acogió en sus libros casas, establecimientos comerciales y suelos urbanizables sobrevalorados por 50.781 millones de euros, de los que ya había conseguido vender 23.104 millones de euros. La empresa será liquidada en 2027.
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